Augusto Rubio Acosta
Hace años, terminado el primer lustro del nuevo siglo en el puerto de Chimbote, con mi buen amigo José Reyes Carranza fundamos la Biblioteca Popular Juan Ojeda. Nosotros, lectores contumaces que preferimos casi siempre -y por salud mental- no ingresar a librerías y así evitarnos la angustia de no poder llevarnos todo el material bibliográfico que quisiéramos a casa, emprendimos la aventura con afán irrefrenable gestionando donaciones, recopilando volúmenes entre los amigos, trasladando parte del acervo bibliográfico particular de cada uno al nuevo espacio de lectura y hasta comprando y expropiando algunos títulos que consideramos necesarios.
El camino hacia la implementación de un nuevo espacio de lectura (de una biblioteca popular), no es sencillo; lo supimos desde el principio. En una ciudad sin verdaderas instituciones de fomento del libro, sin políticas del sector y sin presupuesto o apoyo privado, la ruta iba a estar atestada de piedras. Pero nosotros, con más libros en casa que los que podemos leer, convencidos de la urgencia de rescatar la cultura popular, de socializar las colecciones y de establecer lazos de solidaridad y pluralidad, decidimos perseverar y abrir las puertas en un lugar de la calle Bolognesi.
“Nuestros fines son reunir, organizar, conservar y difundir…” Los amigos y voluntarios que nos ayudaron a materializar el proyecto nos escucharon siempre y pusieron el hombro con su trabajo. Se amplió el acervo bibliográfico en escaso tiempo; se respetaron estrictamente los horarios de atención, turnos y funciones de cada quien; empezó a crearse un público y se iniciaron alianzas, pero al cabo de unos meses –y contra nuestra voluntad- tuvimos que cerrar y donar los libros a la universidad nacional; nos habíamos equivocado en la elección del lugar de funcionamiento, confiamos en quienes nunca debimos confiar, mordimos el amargo polvo de la derrota.
Asociación civil independiente, dirigida y sostenida únicamente por sus asociados; nuestro objetivo central fue todo el tiempo democratizar la cultura. La vida nos otorga, sin embargo y casi siempre, la oportunidad del desquite, de la revancha; aunque sea en otras latitudes. Hoy encontré en los estantes, durante la poda semestral en la biblioteca de casa, documentos oficiales, sellos y papel membretado del desaparecido espacio de lectura al que me he referido. Yo, que por estos días fracaso en mis incursiones a playas desconocidas, me lleno de nubes los ojos y escribo mamarrachos como éste que quien sabe nunca envíe a nadie ni comparta con los ciegos y sordos que encuentre en el camino.
El fracaso abre a las seis de la tarde; el calor y la sed desfallecen en el fondo de la copa de las ciudades y libros que perdí.
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