Sé que enciendes velitas misioneras a tus buenos recuerdos. A la Navidad de tu infancia, a tu fiesta de promoción, a los partidos con los patas del barrio, a las reuniones de la universidad, a tu graduación, a tu boda, al diploma que ganaste, a tu primer viaje y a una larga lista de experiencias que quedaron grabadas a fuego en tu memoria. Al final, guardamos celosamente esos momentos en un cofrecito y cuando los desempolvamos juramos que no hubo en la vida algo tan emocionante como nuestra época. Polvo de hadas. Ilusión. Fuegos de artificio. Sueños de opio.
Cuando miramos por el espejo retrovisor de nuestra existencia todo nos parece bonito, como dice la canción. Inmaculado. Bello. Libre de impurezas. Sin embargo, has caído en la trampa de la nostalgia. La forma en cómo recuerdas los eventos de tu existencia, no son necesariamente cómo sucedieron en realidad. Hay un filtro subjetivo que resalta lo positivo y difumina la cruda realidad.
Por eso, a medida que envejecemos, solemos pensar que hace 30 o 40 años la vida era mejor, más tranquila, más segura, menos violenta, más celeste. El caleidoscopio de nuestras emociones nos juega una mala pasada. Porque si somos un poquito objetivos ─basados en hechos y cifras constatables─, reconoceremos que, en la actualidad, globalmente, tenemos una mejor calidad de vida que hace medio siglo.
Algunos datos sueltos:
- La esperanza de vida de la población peruana aumentó en 15 años, en las últimas cuatro décadas. (Fuente: Inei)
- 73 de cada 100 personas tienen acceso a internet en el Perú. (Fuente: Inei)
- La tasa de mortalidad de menores de cinco años se redujo en el mundo en un 50% desde principios de siglo. (Fuente: OPS)
- En 1930 sólo una de cada tres personas en el mundo sabía leer y escribir. Hoy el porcentaje llega al 85% en todo el mundo. (Fuente: diario El País)
Podría seguir lanzando cifras al viento, pero lo importante aquí es que es innegable el progreso de la humanidad. Es cierto que existen aún muchos países desgarrados por la guerra, la tiranía y la violencia en escalada. Que la corrupción sigue siendo el combustible que frena el desarrollo y agudiza las brechas sociales de nuestro país. Que se ha vuelto parte de la normalidad el crimen, la extorsión, la coima, la informalidad, el feminicidio y tantos otros males.
Sin embargo, si miramos en perspectiva, ha habido cierta justicia (y no precisamente poética) contra los que metieron la mano al bolsillo de los peruanos. Casi todos los expresidentes acusados de corrupción y otros delitos están tras las rejas (Alejandro Toledo estaría a punto de sumarse a este exclusivo ‘club’). Igual pasa con cientos de funcionarios de diversos niveles que ahora purgan prisión, luego de darse la dolce vita con el tesoro público. Algo así como quien la hace la paga. O el karma existe.
Los de mi generación, base 5, la llamada ‘Generación Perdida’, vivimos en un país que se iba al despeñadero: coches bombas, apagones cotidianos, hiperinflación, desempleo, corrupción con esteroides, escasez de alimentos básicos, pillaje callejero y calles convertidas en tierra de nadie. O mejor dicho, de los hampones. El colofón de esta crisis fue el éxodo de miles de peruanos que buscaban una mejor calidad de vida en cualquier otro país más estable.
Hoy, la situación ha cambiado diametralmente. Cierto, no vivimos en el paraíso; todavía queda mucho por mejorar. Pero si comparamos pasado contra presente, este última gana por goleada.
Luis Fernando Quintanilla, escritor y periodista.
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