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Visita al Museo Catedralicio, reliquia histórica del catolicismo en Trujillo

31 años de creación tiene el Museo Catedralicio. Espacio deleita a sus visitantes con lo mejor de los objetos religiosos y destacadas pinturas de la época colonial trujillana.

Ver de nuevo los brazos amarillos y cálidos del sol que asomaba por la ciudad fue gratificante; luego de varios días de un cielo convertido en un montículo gris que desesperaba y agobiaba el alma, el sol volvía a animar la vida de la ciudad; y más aún si estos brazos amarillos se perfilaban hacia la plaza mayor, exactamente hacia la Catedral.

Estar frente a la Catedral, luego de tres meses de ausencia en Trujillo, fue algo inexplicable. Ver la majestuosidad de sus cúpulas y su gran fachada colonial, fijar la vista en las campanas a las que escuchaba sonar desde niño y otear el Cristo que se levanta erguido como bendiciendo a los fieles, resultó un acto único para mi vida y es que estaba de nuevo en mi tierra, ciudad de la marinera y del arte que parecía contagiar cada día a sus nuevos vecinos y foráneos.

Justamente los foráneos, muchos de ellos turistas nacionales y algunos  extranjeros, estuvieron cerca de mí ese día. Por supuesto estaban admirados como yo, aquella tarde, por la arquitectura monumental de la basílica menor de Trujillo; pero también, alentados por la curiosidad, se acercaron a otro lugar muy cercano: el museo catedralicio.

Debió ser por mi actitud periodística y mi intuición de novel escritor que quiere conocer más el mundo, que me sumergí en dicho lugar. Como era evidente, el museo estaba resguardado por dos personas; un hombre de camisa blanca, contextura delgada y aspecto calmado, bordeaba los treinta años; y otro de contextura gruesa, cabellos canos y rostro severo, aunque su voz dijera lo contrario. El primero de ellos me hizo ingresar.

No voy a negar que ni bien puse los pies allí quedé estupefacto. Lo que antes había sido el salón de diezmos y contaduría de la Catedral, se había transformado desde el 29 de diciembre de 1987 en una sala donde se exponen diversos objetos religiosos, entre ellos, una serie de lienzos de los siglos XVII y XVIII. Por ejemplo, “El Cristo atado a la columna”, del siglo XVII, que fue pintado por el célebre artista plástico español Leonardo Xaramillo, influenciado por la corriente del Manierismo de Bitti; además de una pintura como es “La negación de Pedro”.

Abrumado por lienzos fraguados por pintores extranjeros, me percaté que había una obra realizada por un artista plástico de nuestra localidad llamado Manuel Márquez, proveniente de Moche. Márquez había plasmado con sutileza “La institución de la Eucaristía”; gracias a su talento, dicha pintura había merecido el privilegio de ser expuesta en el museo catedralicio.

A medida que recorría el lugar, también descubría, por ejemplo, las vestimentas que usaban los obispos de la entonces diócesis de nuestra ciudad, tales como: las casullas, indumentaria externa que cubre casi todos los ornamentos y que lleva en la espalda una cruz.

Posiblemente no me habría quedado mucho tiempo allí sino hubiera sido porque uno de los encargados, el hombre de cabellos blancos me sugirió que podía visitar la sala inferior. Lo miré atentamente. Creí que bromeaba. Me atreví a preguntar cómo la ocasión era propicia para zanjar mis dudas. El tipo, con la seguridad de sus años, confirmó que en efecto uno podía visitar dicho ambiente.

Con los crespos hechos, bajé las escaleras; tenía la cámara fotográfica pegada a mi pecho. Cuando dejé el último escalón advertí un cartel que decía Bóveda Subterránea; siglos anteriores este espacio sirvió para enterrar a las personas de la cofradía del sagrario durante nuestra etapa colonial.

Mientras avanzaba, pude darme cuenta que no solo era un simple lugar para que entierren a los muertos, sino que el recinto funerario era una reliquia jamás difundida, al menos para mí en esos momentos; resaltaban diversos murales como el Altar”, “Los apóstoles” y “Los evangelistas” todos ellas del siglo XVIII; además hay esculturas de los siglos XVII y XVIII; entre ellas resaltan “San Juan Bautista”, “San Ignacio de Loyola”, “San Valentín” y “Santa Dominica”.

Ese rato, mi cámara fotográfica y yo fuimos uno solo; caminaba sobre el piso de ladrillo del recinto funerario mientras disparaba los flashes para no perder ningún detalle de este encuentro con la historia de la ciudad,

Cuando salí del museo y tras haberme despedido de los encargados; miré de nuevo la fachada de la Catedral y del museo catedralicio; solo unas rendijas de sol se suspendían en lo alto en ese momento; al mismo tiempo, un viento fuerte se colaba en mis huesos y desordenaba mis cabellos.

 

Museo catedralicio

Museo catedralicio

Museo catedralicio

Museo catedralicio

Museo catedralicio

Texto y fotos de nuestro colaborador Guillermo Salvador Saldarriaga, Licenciado en Ciencias de la Comunicación

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