EN MI PUEBLO al sur de Huancayo, que se llama Palaco, hay una escuelita cuyo patio tiene el tamaño del cielo. Allí, a los diez años, declamé un poema de Luis Valle Goicochea.
Elegí un fragmento de la Canción de Rinono y Papagil. Yo tan imaginativo y distraído (como ahora) imaginaba aquellas escenas personificando en la figura de mi vecindario. Papagil, toronjil, perejil, y me reía repitiendo aquellas escenas poéticas.
Valle Goicochea es un poeta del paisaje del alma. Su evocación de la niñez en tanto espiritualidad e inocencia, son insuperables. El humor sutil como radiografía de los años felices, el cambio de piel en la melancolía debido a su estancia limeña, la desdicha por la muerte (acaso uno de los aprendizajes definitivos) son algunos perfiles de su obra poética.
Aquella mañana en mi escuela, cuando declamé, ha regresado a mi memoria como manta en el corazón del frío. Su poesía abriga desde la ternura y la verdadera edad del poeta: el retorno permanente a su pueblo, a Rinono y Papagil toronjil perejil y nos reímos con ellos. Luis Valle Goicochea, desde su creación, nos recuerda el verdadero sentido del alma pura.
A continuación les comparto un poema suyo:
FUE UNA TARDE…
A Gonzalo Meza Cuadra, alma de artista
Fue una tarde triste, pensativa y doliente:
Copiabas la belleza de la tarde en el lienzo
Cuando pasó el poeta, cansado y abatido
De belleza sediento.
Fijáronse en el lienzo, sus ojos fatigados
Y sintió la inefable emoción de lo bello,
Susurraron las frondas misteriosas de su alma
Y en su nido cantaron, las tórtolas del verso.
De aquella tarde triste, pensativa y doliente
De mi vida en el libro, ha quedado el recuerdo.
¡Y tristes por la vida, nuestros dos corazones
Van como dos hermanos
Pensativos y buenos!
Por: César Chambergo Rojas
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