Las ciudades son excusas para amar, y a veces son también puestas de sol o mar que no se verán jamás. Jesús Escamilo Jara termina con esta crónica barcelonesa antes que la crónica lo termine a él.
«Óyeme como quien oye llover,
ni atenta ni distraída».
Octavio Paz.
Un maldito número
No ha pasado mucho, el agua sigue corriendo, la lluvia cae de vez en cuando, y los perros siguen cagándose en las calles. Todo ocurre con normalidad. Todos viven igual su vida, excepto yo. No me he quedado ciego, tampoco me afectaron los muchos cigarros que ahora me fumo por las madrugadas. Las úlceras de mi estómago aún no han completado su labor. Mamá sigue aún viva. Mi hermano sigue trabajando tanto que al final lo veo muy poco, salvo algunas noches que aparece y vemos una película.
Yo en cambio, he dejado de estar. No tengo forma. Me acuesto bajo el abandono de mi propia vida, y cuando me afeito sin ganas y sin fuerzas no reconozco mi rostro. Pero todo esto no ocurre hoy. Hoy puede ser cualquier día, lunes o viernes. No hay mayor significado para los días, pero sí para los números, y lo ocurrido empieza desde antes del 5 de noviembre y después de ese día.
Como algún maniático de la numerología, cada vez que escuche o mire ese número vendrán a mi memoria varios recuerdos de S., y la única manera que me queda para no seguir pensando es escribir. Una forma de vida totalmente extraña, ya que llenas una hoja en blanco mientras te vas deshaciendo de ti por dentro. Y cuando al final te das cuenta (y me ha sucedido hoy) tienes que secarte las lágrimas y volver al texto; queda corregir las palabras mal escritas y solo seguir pensando. Después llamar al editor o escribirle. V. (el editor y quien corrige mis textos es V), quien fuera el profesor que me enseñaba periodismo en la universidad y que ahora es significativamente un amigo con quien debatimos de todo. Me parece que nuestra amistad se cimenta en la literatura y lo debatible, pero esto es otra historia.
Así que no hay opción, escribir para intentar vivir. Aunque suene una cojudez, espero salir vivo al momento de finalizar esta que no es una carta ni una crónica, menos un relato. Para variar no sé lo que es, ni autoficción ni historia romántica, o algo parecido. Pero escribo, después de dos o tres días del día 5, eso al menos está claro. Y también que durante las noches he tenido sueños extrañísimos. Lo más parecido a pesadillas. Supongo que algo debe estar ocurriendo en mi mente, pero aun por desconocimiento o falta de inteligencia, no sé cómo descifrarlo.
En uno de esos profundos sueños pedía que me realicen un tatuaje, en cuestión de segundos me habían tatuado la ola de mar que pedía y al poco rato todo mi cuerpo también estaba tatuado, menos el rostro y la polla, y claramente el culo. Pero después todo. La ola de mar se notaba, pero uno tenía que ser muy preciso, buscar entre garabatos y símbolos que nunca había visto.
Desperté, dos minutos o tres despiertos y volvieron las pesadillas. Me pregunto si mi cama estará maldita. Y mientras esto ocurría por las noches, en las mañanas buscaba ayuda. Antes, o el mismo 5 lo había hecho. Cómo se desató el problema y por qué buscaba ayuda profesional a estas alturas, y no antes. La respuesta era sencilla, mi carácter sobreactuado me había vencido. Semanas antes, días antes, hasta meses anteriores me ocurrió lo mismo, y aunque ya maquinaba ir, al final desistía. No obstante, desde mi llegada a Barcelona, una vez, solo una vez hablé con un psicólogo. Lo busqué, charlamos por el móvil, y adiós. No supe más de él.
Hoy en cambio o estos días, he buscado de maneras poco atinadas ir a hablar con uno. El día 5 fui a un hospital, y me dijeron que tenía suerte, para la próxima semana tiene cita, y así me fui entre contento y resignado con mi hoja que aseguraba que dentro de una semana podría buscar maneras para no complicarme la vida, ni a mi ni a los demás. Quería realizar lo que alguna vez hablé con S., y que no cumplí por cuenta propia ni ajena.
Pasó la primera noche, y al amanecer me acordé que para una estancia internacional (al menos la que me pidieron a mí y a algunos amigos) debías pagar un seguro de salud. Llamé a la agencia de salud en cuestión y para el siguiente día, ya tenía una cita reservada. Lo peor vino después, tenía tanto que decir que no sabía si aquel doctor podría aguantar una perorata de más de una hora. Mi vida, en resumidas cuentas, se reduce a palabras, y muchas veces o hablo mucho, o no hablo ni mierda. Pero sentenciada la cita médica tenía que ir, y alejarme de cualquier artimaña mental que me agitaba a desistir. Lo mismo ocurrió horas después. Automáticamente me quedé congelado y no supe qué decir y añadí a tanta torpeza un hola con las manos.
Para variar cualquier ciudad del mundo es pequeña o grande, depende el azar y las circunstancias de los citadinos en cuestión. Y para efectos en común entre S, y yo, había algo que aun nos podía llevar a encontrarnos, el gimnasio que estaba muy cerca a nuestros pisos. Pero esa tarde no me la encontré a ella, sino a su tía. La misma que siempre me ha parecido una gran persona, la amabilidad hecha carne. Hay gente que con la que solo basta cruzar unas palabras, y te das cuenta que podrías confiarle tu vida y tus más terribles secretos, y sabes que te escuchará. Buenas personas. Y a mí me parecía que la tía de S., era de aquellas personas que te encandilan con su bondad.
Al final, cruzamos ambos por la misma acera. Ella saludaba amablemente y yo en segundos, como un acto automático y robotizado alzaba la mano y saludaba desde lejos. No me acerqué, no le pregunté, qué tal, cómo está. Preferí el alejamiento, y el método idóneo del apresuramiento. Hacerme el tonto, y hacer lo que siempre tengo por plan de emergencias, mirar el teléfono móvil y fingir que estoy leyendo un artículo reciente de economía, política o cultura. Me voy, sin más. Toda la escena parece normal, y así puede ser, pero tras un acto simple, hay algo más por saber ¿Realmente no quería acercarme? La respuesta, seguramente estaba predestinada, no era así.
En verdad, quería aproximarme, charlar un poco, y luego irme al gimnasio. Por qué no lo hice entonces, ahí se establece la confusión. Cosas que no hice o que hice. A veces abro la boca y la cago, otras pienso y soy una estatua. Es todo esto, mi carácter, sentenciado a mi vida. No lo sé. Pero pronto sabré algo más de mí. Quizá me asuste, y empiece por detestarme y conforme pasan los días me acepte. O entienda que mi vida no tiene sentido y es mejor dejarla así. Al final, ya empecé a aceptar la soledad, y acariciar cualquier perro que pueda ver por las calles, a muchos de ellos los llamaré cinco de noviembre, y por supuesto me odiarán.

Transcripciones
Había dispuestos varios finales para este relato. Ninguno era completamente cierto. La mayoría de ellos todavía están autoguardados en las notas del iPhone que uso. El móvil ya no sirve, es más cada vez me sirve menos para lo verdaderamente importante. Llamar o escuchar a los que me llaman se hace imposible, tengo que usar auriculares o usarlo en altavoz. Terminaré tirándolo antes de mi cumpleaños, para ese entonces me enviaré todos los posibles finales de este relato (las cosas que nunca dije III) a mi bandeja de correo electrónico. Resalta sobre todo las actividades para noviembre que planee ejecutar con S. – la inicial de un nombre que ahora he cambiado y que cito por momentos como Samantha, Sara, Sofia, Soledad, Sonia, Sheyla etc. Pero es un engaño prefiero quedarme con la inicial a secas, una sola letra, una sola s, sin más.
Transcripciones 2
La primera pregunta del psicólogo fue realmente extraña, me preguntó quién soy. Le respondí por mi nombre. Me volvió a preguntar, quién eres. Al final llegué a entender lo que pretendía decirme. No buscaba nombres, apellidos, profesión, ni nada, busca una respuesta sincera. Aquella de la que todos se han olvidado. Luego de más de media hora en el consultorio, entendí muchos planteamientos, no tenía respuesta a muchas cosas, pero si sabía cómo proceder, o cual debería ser la actuación después de los errores más comunes.
Volví al mar. No lloré, no cuestione nada. Solo esperé las olas y la noche. Y al cerrar los ojos imaginé que todo fue distinto. Segundos después comenzó a llover, los que estaban a mi alrededor comenzaron a irse, me quedé probablemente a solas con el mar. Y volví a cerrar los ojos y a escuchar la vida.
12 de noviembre
Un domingo hace algún tiempo viajamos S., yo, y su familia. Era la primera vez que S. cruzaba las fronteras españolas, yo también. Era un pequeño país con leyes muy extrañas. Me dijeron, no puede tirar las colillas de cigarro en las calles. Por supuesto, hice caso. Qué más debería haber hecho un extranjero, nada, pero de repente todos los miedos de los extranjeros conviven con ellos las primeras semanas. Lo mismo me ocurrió en Barcelona. No tiraba colillas en la calle. Ahora, sin llevar la cuenta, algunos he tirado. Hasta ahí llegan las reglas. Uno cree ser parte de una ciudad y se traga la insensatez de otros. Paradojas de la sociedad.
No obstante, cuando regresábamos de viaje vi a S. dormida. La observé un buen rato, y cuando descansaba no dejé de admirarla y sentir como el corazón se me dinamitaba por dentro. Por momentos ella se despertaba y yo hacía como si nada. Miraba a otro lado, y esperaba que vuelva a caer dormida para seguir viéndola; el amor funciona de esa manera nunca puedes ver fijamente más de dos minutos a la otra persona (porque te pueden decir qué coño pasa) y para mí que ella estuviese cansada y que empezará a dormir ni bien su cuerpo tocase el asiento, resultó propicio para entender por qué el amor no necesita palabras. Tal vez necesite eternidades, pero qué es el tiempo.
No hay medidas ni horas exactas, Dalí discurría las horas en sus relojes y presumo que así podía ejercer un dominio sobre los doce números que tenemos y convertirlos en una eternidad. Lo mismo me que ocurrió al ver descansar a S. , o lo mismo pasaba cuando después de hacernos el amor ella se quedaba dormida. Por un momento miraba sus perfectos senos, su cuerpo tendido como el cielo, suficientemente enorme y pequeño, y el silencio no era tan grave, tampoco la vida pesaba tanto.
Quiero creer que he sido un hombre enamorado, y que no buscaba mucho más, solo amor.
Apuntes finales de una crónica barcelonesa
- Empecé este relato después de un año de silencio.
- En estos últimos meses leí a Nicanor Parra, ahora entiendo o pretendo comprender porqué Bolaño hablaba de él.
- Fumo más de lo que mi cuerpo lo soporta.
- Fumo y voy asiduamente al gimnasio (una maldita contradicción)
- Aprendí a amar el mar lejos de mi ciudad natal.
- S. gracias por todo. Ya no hay reproches, ni conmiseración. Apenas unos ojos que te miran desde lejos.
- “Todo tiene su final, nada dura para siempre” decía un gran filósofo salsero puertorriqueño. Tenía razón.
Aquí puedes hallar el capítulo anterior de esta crónica barcelonesa.
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