Home>Trujillo Beat>«Las cosas que nunca dije (II)», fin de una crónica barcelonesa, Jesús Escamilo Jara
Jesús Escamilo Jara
Trujillo Beat

«Las cosas que nunca dije (II)», fin de una crónica barcelonesa, Jesús Escamilo Jara

«Las cosas que nunca dije» Segunda parte. Por Jesús Escamilo Jara

Idealistas. Morir de amor. Está bien, está bien chaval, cada vez que me miro al espejo me pregunto cómo hubiese sido todo. Pero esto empieza hoy por la mañana o días antes. Un domingo por la tarde llamé a un amigo chileno y le pregunté por el doctor Oídos (así les decíamos a los psicólogos), ya que lo escuché alguna vez decir que conocía a un psicólogo al que iba uno de sus mejores amigos. Lo llamé y le pregunté si podía darme el número de aquel psicólogo. Después de veinte minutos esperando, me dijo, llámalo a esta hora. No me preguntó si estaba bien o qué me había ocurrido. Y fue mejor así. Para qué mierda dar explicaciones de un asunto del cual ni yo mismo sé cómo contar.

Una vez hablando con el psicólogo por teléfono móvil, me encerré en mi cuarto y me tumbé a la cama y comenzamos a dialogar. Lo primero que me preguntó es que si era feliz. Claramente le dije que no lo sabía, pero que sentía culpa y rabia por lo ocurrido con S., para bien o para mal, volvió a decirme. Desde luego para mal, doctor. Y también le conté todo lo ocurrido con S., de cabo a rabo, dando los detalles más precisos en la relación que tuvimos. Desde cómo empezó todo y de la manera en que había terminado.

Recuerdo muy bien que pensé, por qué contarle hasta mis miserias como hombre a un desconocido, pero no tenía otra opción. Fui yo quien pidió hablar con un tipo del que solo conozco su voz y su nombre tan catalán que seguro lo es. No hacía falta preguntarle su edad, su color de cabello, si un domingo me atendía porque no tenía nada quehacer, o porque consideraba en demasía que detrás de tanta coordinación para que yo hablase con él, estaba uno de sus mejores amigos.

Pero antes de terminar la llamada me dijo, date tiempo y dale tiempo a S.; y resuelve tu pasado, tus líos paternales y maternos. Nunca nos fijamos en todo, y aunque tú lo haces, no tienes porque hacerte un laberinto en ellos. Deja que tus pensamientos vayan y vengan. No tengas más conjeturas verbales de las que puedes soportar. Es inhumano. Quizá en la literatura funcione, pero en la vida transitar de un punto muerto a otro terminará dejándote solo. Haz un ejercicio práctico, cada vez que te agobies y le des mil vueltas al menor asunto, resuélvelo y escríbelo, no dices que deseas ser, o que eres un escribidor de pacotilla. No dices que alguna vez soñaste que encontrabas el poema perfecto y tú lo leías. Hazlo entonces.

Y justamente después de haber concurrido a esa explicación, vino a mi memoria lo que me dijo S. un viernes que fui a esperarla mientras terminaba de ensayar en la escuela de danzas. Me preguntó, cuando empezamos a caminar, si había escrito algo, y que si estaba bien. Claro que no lo estaba y luego la torpeza me ganó y terminé cagando todo lo que hubiese sido una caminata tranquila y normal. Esa noche, sea lo que sea, las palabras sobraron o fueron las inadecuadas; uno es culpable, asesino o violento, según el orden de palabras que hilvane. Y a S. le contaba todo, le decía todo lo que pasaba por mi cabeza. No existía ocultamiento. Todo era sincero.

Y ahora ella ya no está, y su silencio es eterno y ensordecedor. De acuerdo, espabílate gilipollas, me dije mientras me miraba al espejo.

Han pasado algunos días, y es mejor no optar por conclusiones. Si S. se marchó fue por ella, pero también por mí. Ambos no tenemos justificación para maltratar a golpes nuestros sueños en común. Hablar de promesas rotas debe ser como tener una puta hemorroides que te comienza a sangrar en el culo, te duele y te afecta la manera de caminar. Disimulas, pero está ahí. Una promesa rota con S. afectaba a la misma promesa -que es un sueño- y también al puñetero gran amor que nos teníamos. Nos desangramos. Ahora espero que cada uno esté sanando.

Aunque no puedo hablar de su dolor, sino solo del mío. El que describía también mi amigo chileno Nicanor, al decirme en un poema, que soy yo también parte de los vicios del mundo moderno. Pero lloro, Nicanor. Lloro y me angustio. Y dejo de llorar, y me tengo rabia. No encuentro fuerzas ni imaginación para echarme una paja. Tengo el miembro herido. Y no solamente mi sexo, sino cada jodido órgano.

Por supuesto ya no sé dónde está mi corazón, me refiero al verdadero, al que se debe encontrar en otra parte fuera del cuerpo. Mientras tanto, la vida transcurre con normalidad, y tiene que ser así. Sin demandas iniciales, sin que se acelere la visión de las cosas. Los minutos pasan, un perro está más acompañado, lleva correa, lo sacan a pasear y le terminan diciendo: bonito, cómo estás.

Yo reniego, lo veo por la ventana del piso donde ahora vivo, me siento en el pequeño sofá. Me acuerdo de mi cita con el psicólogo, pero aún hay tiempo. Contradictorio, en estos días el tiempo no tiene razón de ser.

Horas después, nueve y media de la noche, cumplo con el trabajo. Salgo de casa a encontrarme con el psicólogo en una cafetería. Momentos antes de alistarme me da la dirección del café y me dice que nos alejaremos del consultorio. Me parece una nueva forma para hablar, lejos de un cuarto con libros, seguro de Freud, y cuadros de Vasili Kandinski, y tazas de aseguradoras y almanaques pomposos con el nombre de la clínica. La dirección es ésta, me dice. Vuelve a repetir, la hora. Supongo que debe ser un hombre puntual.

La puntualidad me recuerda en parte a S., pero no la forma de exactitud del tiempo, sino lo que viene después. Ahora lo acepto, llegar tarde nunca estará mal. Llegar tarde en una cita puede significar un culo de cosas, y se debe preguntar, no enojarse. Caso distinto puede ser con los trabajos, la universidad, alguna cita con los ayuntamientos. Ahí no existe el perdón. Te vas de la fila y ven mañana.

Llego antes al café, me siento en una silla de madera y espero a Jordi -prefiero ya no llamarlo psicólogo- lleva una agenda y una gorra de un equipo de béisbol estadounidense. Lo reconozco porque él mismo me lo había dicho. Se acerca y se sienta. Me saluda y abre su agenda. Por un momento pienso que me va a cobrar la consulta y que saldrá carísima. Me pregunto si tendré que pagarle hoy mismo o si aceptará que le pague en tres partes. La primera desde luego hoy. Al final termina abriendo la agenda, anota mi nombre, mi edad, y comienza a preguntarme qué pienso de la palabra amor y qué significa para mí. Me quedo helado. No esperaba ese tipo de pregunta. Qué coño quiere saber. Le digo que no se mucho, pero le empiezo a hablarle de S., y me detiene, me calla.

Me vuelve a decir que esa no es la pregunta. Pienso, y le respondo, que es muy difícil responderle, pero que en todo caso amor es entregarse, ver por la otra persona, estar ahí en sus días buenos y sus momentos malos, donde la otra persona no se soporta ni ella misma. Y entonces qué crees que falló con S., replica. Considero, le respondo. A lo cual, me explica que no debo considerar. Por el contrario, acaso no lo sientes, creo que me lo dice con la mirada, y vuelvo sobre mis palabras. Le respondo que siento que falló todo, pero que aun así esperaba que… Me interrumpe, no esperes nada. Le digo, me porté fatal. Trajino sobre la misma historia que ya le había contado una vez, no añado más, sin embargo, ahora existe desazón. Jordi me habla del perdón a uno mismo, de siempre empezar de nuevo.

Empezar con errores pasados se puede, me dice. Eso es avanzar. Me parece que esa historia es hollywoodense. Mi historia es distinta, implica más que buen amor. No éramos la parejita típica. Discutíamos por muchas cosas, por tardanzas, por histerias, por rollos absurdos. Una relación a punta de pistola. Una arruga inexplicable que perdura en el tiempo. Pero ante todo había amor, un extraño amor que lejos de toda primera consideración nos ofrecía una vida verdadera.

Jordi no me interrumpe. Dejamos de hablar, o dejo el monólogo y salimos a caminar un poco. Se ofrece a acompañarme al metro. Creo y lo pienso un par de veces, que este tipo debe ser una especie de el hombre que quiero ser, un tipo que te ayuda, pese a no recibir ni dinero ni nada. Él pagó el café y me acompaña al metro. Ya cuando estamos sentados esperando me dice, deja a la gente irse. Yo le respondo que está bien, y vuelve a preguntar por S., me pregunta qué hacíamos, cuál era nuestra vida o rutina para estar juntos. Íbamos al gimnasio, fuimos a ver un par de películas juntos, salíamos a caminar.

Le cuento que una vez después de estar caminando, yo le pregunté sobre un asunto a S. y ella se hizo la que no sabía o bromeaba sobre el asunto. A mí me molestó, pensé, cómo no puede acordarse de algo que hicimos juntos hace menos de una semana, y en ese momento me enfadé, y aunque luego se hizo como si nada, asumo que el día que terminó todo, cada pequeña fracción de mi ser que comenzó a romperse antes se unió la noche de la discusión.

Pero en la reconstrucción no era completamente yo, sino el afectado y el vengativo. Y luego cuando regresé a ser el mismo, el error había sido cometido. La culpa me había dejado cargado de nostalgias y recuerdos, y por justicia me lo merecía.

Al rato seguíamos conversando, y Jordi me dijo que se tenía que ir. Lo último me dijo fue que no volvería a verme. Nuestra relación paciente-doctor había terminado. Por ahora, quédate con lo que hubieras hecho. La agenda que tienes marca lo que quisiste realizar, pero ten algo más que esperanza, ya que el tiempo, el jodido tiempo del que tanto hablamos te ayudará a realizar maniobras parecidas. Qué debo a hacer, le dije. Pero se fue. Y yo creí al instante que ahora me tocaba soñar. Ver por ejemplo qué hubiera ocurrido si hubiese bailado con S., o si, como escribí, el ducharnos juntos, y ver su rostro húmedo en el espejo sería lo más hermoso que podría ver.

Quizá a ella no le gustaría que le seque el cuerpo de arriba hacia abajo, tal vez en ese momento S. desearía que en vez de arroparla con una toalla vieja, vaya lentamente desde su ombligo hasta sus piernas. Yo sólo me quede mirándola desnuda y le diga lo hermosa que es a la luz de un lavabo donde no entran las proezas de los amantes. Al instante, salí de mi imaginación y abracé la agenda; esperar el metro para llegar a casa me aburría. Los sueños estaban escritos en papel, y como palabras eran delicadas, estaban hechas de aire, y de un futuro entusiasmado. Ahora debo seguir mis pasos, pero no quiero caminar.

Qué fea es la palabra tortuosidad, qué horrible se ven mis manos llenas de callos por las rutinas del gimnasio. Ahora ella no está y el ancho de esta ciudad se multiplica; y yo termino en ningún lado, o de repente sentado donde siempre pertenecí. Salgo del metro, en la parada de Collblanc busco más respuestas, pero no las tengo. Excepto por la soledad y los transeúntes desconocidos, estoy solo. Sigo caminado y cuando llego al piso soy como un hombre que piensa en mil cosas y que no llega a ninguna parte. Vida de mierda, ciudad de mierda. Esto es parte de algo más.

Jesús Escamilo JaraDías después S. me habla., me dice que está herida. Yo no entiendo de qué manera debo decirle que me siento culpable. Leo lo que dice, al final sé que tiene razón casi en todo. Le pregunto si nos podemos salvar, si aún queda algo. No me dice más. Creo que el silencio es la medida exacta del tiempo, ya no son los calendarios, ni las fechas especiales. Por consiguiente, nos queda un vacío. Aun así, le digo que la amo, y S. me dice que lo sabe, pero que por ahora no se puede hacer nada más.

No me atrevo a preguntarle por el mañana. Es suficiente, ambos estamos indefensos, uno por culpa, el otro por la desdicha del desamor. Cuánto daño hace el amor, o profundizando mucho más como lo decía un maldito poeta francés, cuando dos personas se aman no se mezclan, se rompen, y esto nos ocurrió. Estábamos triturados al querer encajar las piezas de nuestra vida.

Ojalá el tiempo y lo que queda de dos seres deshechos ayuden a resistir y a vivir más de la cuenta. Quiera o no, la vida se resume a la posibilidad de los días.

∗∗

Ha pasado más de una semana, vi a S. un par de veces, está más hermosa que nunca. Ahora juega con su cabello a cada momento y no sé cómo decirle que sus ademanes con el cabello me pueden hacer quedar como un hombre cursi que inventa metáforas con lo que tiene a mano, para decirle que su cabello esto, o su cabello aquello. Pero no lo hago. Prefiero la vida seca, ahogada, y en silencio. Y aunque ella siga jugando de esa forma, consiento hablar de otras cosas: lo que ha ocurrido en Perú, el FC Barcelona va de mal en peor, el clima de Barcelona va a matar a los que sufren de la gripe, cuál es precio de esos zapatos. Y en verdad los temas son un engaño.

Lo primordial y lo que me interesa es saber cómo le fue en aquel día que bailó o cómo va de salud. De hecho, sí los conversamos, pero recordar algunos hechos cuando hay algo de dolor no sirve de mucho. Nos despedimos, S. se queda cerca a su piso y yo camino al mío. La posibilidad de los días.

Paralelamente a otros, el tiempo también se puede explicar desde la visión de Dios. Una mañana al despertar hablé con un pastor evangélico. Le conté todo, lo mismo que a Jordi, la ciencia y la religión me tenían que dar luces. Pablo, el pastor de una iglesia a las afueras de Barcelona, me pidió que le pida perdón a Dios y que espere su tiempo, que todo estará mejor. Cuando el que vive en el cielo me de su perdón y alivie mi alma, estarás bien, respondió.

En definitiva, para ambos (Jordi y Pablo) mi vida dependía del tiempo, pero para mi mal lo único que hacía en esos días era mirar mi reloj, y las horas se hacían lentas, aunque en verdad es la peor mentira. Sesenta segundos, son sesenta segundos. Una hora es una hora. No se puede alterar el correr del tiempo, entonces ¿qué mierda ocurre cuando la vida se hace más lenta o las horas pasan de manera tan rápida? No lo sé. Nunca lo sabremos. En todo caso, la magia ha desaparecido, la vida es cruda, el conejo nos observa desde el mostrador.

Así y todo, llegó el lunes. Un día común que se puede agregar a la resta condenada que nos hacemos para decir: falta poco para que acabe el año. Supongo que en Perú ocurrían muchas cosas de un domingo para el lunes. En Barcelona y en lo que significa lo importante para mí y a mis días cautivados por el tiempo, S. estaba a punto de ser operada. Una condenada vesícula la lleva a un quirófano. Se puede decir que, en términos clínicos, su intervención podría contarse como anécdota.

S, podría contar en un futuro que la primera operación de su vida fue fuera de su país y luego organizar con ello un sinfín de temas de conversación. Pero esto depende del futuro, y casi a las tres de la tarde hablé con ella, tenía miedo. Quién mierda no tiene miedo a una operación, solo los idiotas. Y en esa cuestión, ella era sensata. El miedo es una forma del cuerpo que nos ayuda a sentirnos vivos. Los valientes tienen miedo.

Dejamos de hablar, y la tarde se hizo lenta. No supe más. Y supe que el cuerpo y la presencia de cualquier humano en una habitación son más que excusas. Yo estaba en un café toda una tarde, pero realmente nunca estuve ahí. Quizá estaba en los pasadizos de ese hospital, y en realidad cuando salía de la cafetería, estuve leyendo dos cuentos a S., ella se reía y entendía poco, el suero hacía su trabajo. Y yo estaba ahí, no en estas calles de mierda que parecen un puñetero laberinto. Putamare’ son más de las nueve. Tengo que regresar. De S. no se nada aún, salvo que debe estar anestesiada. No me habitúo a pensar que está quieta, así que me la imagino bailando mientras los doctores la persiguen por los recovecos del hospital. Si sale y decide abandonar el recinto clínico, estoy afuera. Es de noche y no hace tanto frío, y aún veo al primer callejero de esta ciudad.

Pero no voy a fingir, nada de esto sucedió. Yo sigo rumbo a casa y de ella no sé nada. Algunos sueños a los que somos invitados parecen terminar pronto. Acaban por las noches y al día siguiente lo primero que puedes escuchar es Buenos días ¿Cómo estás?. Por el contrario, mejor sería gritar, huir, y nunca haber llevado el amor a casa. Quizá sólo nos considerados amados y amantes; pero yo, después de cada día prefiero creer que la vida me ha dejado un poco más tocado, un poco más jodido cada día.

Es de noche, un tipo gordo y alto pasa por mi costado, fuma un cigarro y me mira. Yo sigo soñando con S., reproduzco una canción en mi estropeado móvil. Repito muchas veces la melodía, y termino llegando a casa. He amado más de la cuenta; S. por qué mierda no te das cuenta de todo, yo ya lo hice. Ahora no me enojo, voy a verte, estoy ahí, y si te llamo es porque te necesito, y si te digo las cosas es porque te amo, pero a veces me siento solo y vuelvo a casa sin ninguna palabra. Perdona, soy un tipo así de cursi. Soy el tipo que te llevó la sopa a casa, y se fue corriendo y llorando por las escaleras porque espera que por un poco de zanahorias, pollo y arroz, tú le entregases algo más. Soy el tipo que siempre quiere darte un beso y que lo debía anunciar por televisión para que no te sorprendas. El que se detenía a verte mientras tu mirabas los mostradores. El que te escribe: te extraño amor. Soy/ y no soy. Quizá esta manera de amar necesite un disparo y un whisky para sobrevivir. Quizá no eres tú y soy yo el que no debe amar de esta manera.

Ahora, al final, te entiendo, necesitas la tranquilidad de un baile. Mañana amanecerá. Unos cuantos te dirán que estás mejor sola que acompañada, tú también lo sentirás. Ya no tendremos sombras, no habrá canciones ni poemas, o gestos agradables con tus manos. Y cuando al final me estés olvidando me dirás te amo. A mí me ocurrirá igual. Ahora miro a mi alrededor, no somos culpables de nada, acaso deudores, pero nada más.

Es otro día,  S. está descansado en su habitación. El piso donde soporta el dolor postoperatorio es del siempre. Yo de igual forma estoy en el mismo lugar, esperándola pasar, y aunque es cruelmente difícil debido a su situación, nada me impide soñarla, verla vestida en un salón gigante mientras baila,  o acariciarla desnuda, mientras le digo: te amo.  Probablemente los perros y los idiotas soñamos con algo más.

Soy un romántico, no dejo de ver la luna. No siempre es de noche. Llamo a S., es extraña la situación, no quiere hablar. Está cansada, está recuperándose.

∗∗

Toda historia escrita tiene algo de invención. No podemos organizar la vida en párrafos como la hemos vivido. Solo podemos decir más cosas, hablar de una manera distinta. Ser nada y todo a la vez. Uno entiende que la realidad pasa por nuestros costados y nunca se deja atrapar. ¿Tendré algo más que decir? … S. sigue charlando algunos días con su ex novio, no puedo dejar de hacerlo me lo hace saber; habíamos soñado con un futuro, pero soy un improvisado en su vida. La verdad no es realmente esta.

Yo no puedo improvisar en la vida de alguien más. No. No se puede, al menos que nos inventemos como vírgenes o santos. Y yo soy todo, pero de virgen y de santo, ni mierda. Un huachafo, eso sí. Lo más probable es que de tanto amor y de tantas cartitas, S. se sienta hostigada, o aburrida. Yo pienso que decirle, te extraño, no está mal. La cuestión es cada cuánto se debe realizar. A mí me ganan muchas cosas, el amor desmedido, los mensajes por las mañanas, el buenas noches; la estoy cansando. No digo que no me quiera. No es así. Soy yo quien al estar ahí la hastío, y me pregunto si debo agenciarme de otras formas. Por ejemplo, lo que ocurre después de la tercera cerveza es el cuadro humano de la sinceridad, pero yo no he tomado. Sin embargo, recuerdo cuando niño entre los cinco o nueve años iba a una fiesta: bailaba muy mal, no comía pastel, o se comían otros mi pedazo de pastel todo brillante por el montón de colores, y para colmo golpeaba la piñata, y no era capaz de luchar por los juguetes regados en el piso. Perdón por este amor que desde niño se ve así.

∗∗

El último poema que escribí dejó de pertenecerme. Ahora reside en el olvido y en el basurero de alguna ciudad. No jodas, me respondió. Para eso escribes, volvió a decirme. Respondí de manera agónica que sí, sin más, sin razón alguna. Era lo que entendía por poesía, y supe al final de la noche que era cierto. Todo era cierto. Aquello que amaba no servía ni para limpiarse el culo, sin embargo, había que hacerlo y busqué el último poema en lo que quedaba de memoria. Había cumplido cincuenta años, dieciséis, o treinta, y el mundo estaba igual; todos hemos muerto y la esperanza sigue entrando por los vidrios rotos de la ventana, nunca por la puerta. Por ahí, sin embargo entra la poesía, desvaneciéndose, haciéndose mierda, haciéndose nada. Y la puñetera vida sigue igual.

S. camina, la veo desde lejos. Salí a fumarme un cigarro y sé que es ella quien pasa muy cerca, no nos queda de otra, compartimos la ciudad y el metro. Materialidad de las coincidencias y de Barcelona. Por supuesto, S. camina hacía la derecha y yo a la izquierda, nos hemos alejado, y me la imagino bailar, y haciéndose más hermosa e inteligente. Mientras tanto yo compro un periódico, una Vanguardia por favor, y ninguna noticia para variar de mi país. Perú está muy lejos. Nada de Lenin Moreno ni de Vizcarrra. Tendremos que morir para ser noticia. Dejo de leer, por un momento recuerdo esa noche, un martes que leíamos a Ray Loriga. Estábamos sentados en unas bancas que están frente a su piso, todo era perfecto. Ahora todo es diferente. Lo siento. Adiós mi mar. Adiós sin más, sin luchar, sin nada adelante.

Sigo esperándote en el café de siempre. Chaval, eres un estúpido soñador.

Aquí puedes ver la primera parte de esta crónica barcelonesa.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *