La música que descubrí se la debo a gente que ahora ya no veo por la distancia geográfica y por la distancia del tiempo
La luz entra en dirección oblicua hacia mi teclado, desde el noreste, una geolocalización que me acabo de inventar, o, para ser más concreto, viene directo de la ventana que tengo a mi derecha. Los rayos se estampan en mi escritorio. Alumbran el estuche de mis gafas, un sobre de pañuelos de papel para los mocos esporádicos que me molestan en este invierno insolente, y un altavoz inalámbrico redondo y negro por donde suena ‘Every breath you take’ de The Police.
Como esta es mi primera vida, y quizás también la última -ya no creo mucho en la reencarnación o en nacer más veces para reparar las decisiones erróneas de esta vida-, no tuve ‘preconocimientos’ de música, nací con una tabla rasa en la memoria musical.
Me saltaré las canciones autoflagelantes de Jeanette que cantaba mi madre en mi infancia, y algunas letras incomprensibles de las baladas de José Luis Perales que mi padre escuchaba en su trabajo. Lo que sí es cierto, las de Perales ahora tienen sentido cuando las oigo, sobre todo ‘¿Y cómo es él?’, quizás porque tengo una hija. Una hija que ha evolucionado en gusto musical, ahora dice que Camilo ya pasó de moda ¡Gracias Señor! El asunto es que en esa canción Perales le pregunta a su hija por cómo es el tipo que sale con ella. No tiene nada que ver con un amor derrotado.
A mediados de los 90, terminaba una sesión del Rotaract en la avenida Ejército y un muchacho altísimo, de cabello ondulado, con pantalón de drill y los bajos anchos, 3 años menor que yo, recibía abrazos de bienvenida a la agrupación, uno de ellos el mío. Me le acerqué mientras cogía su enfundada guitarra. Lo llamaré Humberto dado que no recuerdo su nombre
– Te encantará estar en este grupo, para abril llevaremos útiles escolares a dos caseríos de la sierra.
– Gracias Santiago, sí, de hecho que allí estaré para ayudar
– ¿No te olvidas tu walkman? -en la mesa yacía un walkman con las letras S-O-N-Y plateadas en la tapa de la casetera.
– Oh sí, gracias ¿Te gusta Héroes del silencio?
– Suena a nombre de una novela
– Jajajaja, no, es una banda española. Mira, llévate ese casete y el otro sábado me lo devuelves y me dices qué te pareció.
– Genial, gracias Humberto.
– Chau tío…
– …
La largura de Alberto y su frase de tipo que solía consumir contenidos musicales españoles me dejaron sorprendido, a la vez que se alejaban con el mayor relajo del mundo.
Luego de la reunión rotaractiana visité a la tía Nachi, una rotaria de aquellas, con una capacidad de amor y servicio por los demás única, y con unos inolvidables platos de tallarines rojos que solía invitarme cada vez que la visitaba a ella y a mis primos rotarios Carla y los tres Carlos. Con el apetito saciado, partí a casa pensando qué excusa dar a mi madre para decirle que no pensaba cenar pero, sobre todo, intentando descubrir cómo suena una banda que se rinde ante el silencio.
‘Héroes del silencio’, ‘héroes del silencio’, iba repitiendo en mi cabeza buscando descifrar al menos el género de la banda. Metí la mano en la mochila para ver otra vez el casete y leo el nombre del álbum «Senderos de traición». Putamare, peor aún. Parecen unos locos que escriben poemas y los cantan. No jodas Humberto, te me caíste.
Pero la foto de la banda no daba esa impresión, posaban cuatro renegados con cabellos de indios sioux, con vinchas de tela, toda en una escena monócroma. Ya quería poner la cinta en la grabadora de mi padre. Al no tener una, la usaba siempre para escuchar mis casetes, los casetes que me prestaban o los casetes con canciones que grababa de la radio.
Tenía ganas de estar equivocado respecto a lo de los poemas cantados. Llevé la grabadora de mi padre a mi cuarto, pongo el casete, le doy al play. Suena ‘Entre dos tierras’. El sonido de una guitarra con eco de ultratumba, la batería y la voz de Bunbury, era la voz de un tipo que sonaba a verdad y misterio a la vez. Con el tiempo se definió a este álbum como una fusión de sonidos entre el rock gótico, el pop y el hard rock. Yo sentí más este último, ya había descubierto Metallica gracias a César Alza. Pero este sonido era distinto. Me alegraba saber que esas letras y sonidos que te dejan con ansias de escuchar más sean de una banda de rock en español.
Me quedé inmóvil saboreando con los oídos la canción. Acto seguido comenzó ‘Maldito duende’, fue allí cuando supe que había entrado en otra dimensión. Ese tema calzaría perfectamente en muchas escenas de Juego de tronos. Aluciné.
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