En Siente Trujillo tenemos el gusto de presentar el primer artículo de la sección «Para quitarse el chambergo», del escritor peruano César Chambergo Rojas.
IMAGINO el primer plano con capas de óleo en tono siena. Atisbos de sombra. El poema Las manos (Álbum de familia) aparece como una revelación, como la puerta de una vida por modelar.
La lectura del mencionado texto significó una interpretación poética de mi historia familiar. Observé el viaje de mi padre desde Huancayo hacia Cañete mientras leía “Mi padre, vino desde tan lejos, (…) caminó y se inventó caminos”. Después me imaginé a mí mismo como el hombre tenue bajo la lluvia. Ese aire narrativo que cubren los poemas de su primer libro, tienen la sabiduría oriental con la natural experiencia del valle liberteño. Laredo deja de ser un lugar para convertirse en una alegoría del esfuerzo y la creatividad. Al modo machadiano, un verbo como caminar, un sustantivo como mano, abandonan sus categorías gramaticales para convertirse en instrumentos concretos para sentar las bases de cómo debería ser la vida de quienes migraron.
Y el aprendizaje fue doble, pues yo tenía por entonces diecisiete años y acababa de darme cuenta que la poesía había nacido como arteria en mi cuerpo. Pocas veces ha sucedido esa comunión. Un poema, cuyos versos se desplazaban historiando y dando pautas de cómo escribir, ahora se mostraba como una síntesis de la sabiduría.
El poema Las manos contiene el arte poética de José Watanabe: descripción del paisaje, aliento narrativo, versos sentenciosos.
Mi padre vino desde tan lejos
Cruzó los mares,
Caminó
Y se inventó caminos,
Hasta terminar dejándome sólo estas manos
Y enterrando las suyas
Como dos tiernísimas frutas ya apagadas.
Digo que bien pueden ser éstas sus manos
Encendidas también con la estampa de Utamaro
Del hombre tenue bajo la lluvia.
Sin embargo, la gente repite que son mías
Aunque mi padre
Multiplicó sus manos
Sólo por dos o tres circunstancias de la vida
O porque no quiso que otras manos
Pesasen sobre su pecho silenciado.
Pero es bien sencillo comprender
Que con estas manos
También enterrarán un poco a mi padre,
A su venida desde tan lejos,
A su ternura que supo modelar sobre mis cabellos
Cuando él tenía sus manos para coger cualquier viento,
De cualquier tierra.
Si Oquendo de Amat produjo el mejor poema a la madre, el autor de Cosas del cuerpo hizo lo propio para el padre. En ambos casos, la presencia de la ternura alcanzan su máximo esplendor.
José Watanabe siempre volvió a Laredo. Incluso en poemarios disociados a nuestra geografía norteña (Habitó entre nosotros), la presencia del algarrobo, los calcinantes días de enero y las cristalinas aguas provenientes de las estribaciones andinas, están muy vigentes. Siempre me conmovió su capacidad de observación y su mutismo. Esa misma expresión se lee entre líneas a lo largo de su producción poética. Y en eso sí es muy oriental: el verso no se coce con la intensidad bravía, sino con la calma y el silencio; acaso en una de esas líneas se esconde la biografía de un futuro adolescente que ha de coger el poema como destino.
César Chambergo Rojas, escritor y artista plástico
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