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«Itinerario de un transeúnte», nueva crónica de no ficción de Jesús Escamilo Jara

Jesús Escamilo recorre la ruta de un fantasma; debe ser un fantasma porque la geografía que lo cobija no es de un ser que está siempre vivo.

Tantas veces inamovible. Sentado afuera de la sala de los recién nacidos, esperando mezclarse entre doctores y batas celestes; viéndose en felices ojos que no eran los suyos. Al final del día, que tampoco eran todos, el contraste entre su perturbadora y pobre vida se remediaba.

Alcides tenía cuarenta y cinco años, una edad prometedora si se sabe vivir y planificar; pero esa vida de seguro pertenecía a otros, con más ganas, con una situación mejor acomodada; sin ceder a exageraciones la chamba, esa que cuidaba hoy Alcides, lo dejaba fatigado y maloliente. Algunos días apestaba a mierda, ridículamente gastar en detergente para no hacerlo con jabón era una solución práctica y muy económica. Luego, el desodorante, la Gillette prestobarba, los botines, la camisa a cuadros, y la casaca para vagar hasta poder entrar en el Hospital Regional de Trujillo.

Nunca sabía la hora en que tenía que llegar ni irse, aunque con el tiempo sabía,por ejemplo, cómo esquivar las preguntas o solicitudes de quienes también estaban caminando o sentados dentro de los pabellones del nosocomio. Caminar sin levantar sospechas, era todo. Sin toparse nariz con nariz con alguien de seguridad, incluso inventar nombres. Sabe dónde puedo encontrar; disculpe ha visto a… decía, y pasaba piola, como la prosperidad de un pobre.

En cambio, el regreso sí era torpe. Alcides tenía la espalda hecha añicos, ojos negros y atascados como bolas de billar, labios resecos, hombros tumbados y las manos callosas y una que otra pequeña cicatriz. Tenía la condición confesa de un albañil, pero era, como se decía a sí mismo, un zarrapastroso recolector de basura que trabaja todas las noches. Y exigirle una sonrisa, podría llevar a un creyente innato a perder la fe. Tampoco era tosco, burlón, ni se enojaba, solo era un hombre prieto, reducido, sin más palabras.

Su cuarto era prácticamente su fisonomía hecha concreto, carente del sonido de las bisagras. Hace un año que abandonó su televisión y desde entonces se acompaña de un pequeñísimo equipo de sonido donde escucha baladas y las salsas de Frankie Ruiz. Buena música para ver cómo un foco cuelga del techo. Nada más: un catre, una mesa de noche, víveres, un pequeño ropero, un espejo y algunos cuadernos rayados con ciertas frases y cartas.

Hoy por la mañana llegaría al cuarto, subiría la despintada escalera en forma de caracol, abriría la puerta y se hundiría en la cama. Trabajar recolectando los desperdicios de Trujillo sí era digno para ganar la endiosada llave de la ciudad; sin embargo, nunca en la historia, los pobres, los que viven a las justas, aquellos que se parten el lomo, entran a casonas o delegaciones públicas por la puerta grande. Por atrás señor, ahí está la puerta, quédese ahí nomás, atrasito; y se salía de esos pensamientos para caminar otra vez en su realidad.

Alcides se despertaría a la hora del almuerzo, no había hambre; el caldo de gallina que desayunó con la avena y tres panes serían suficientes para saltarse el almuerzo y buscar el lonche o la cena. Otra vez salsa de la buena, como decían sus amigos de trabajo; los cds y la emisora, 101.1 F.M, Panamericana “lo que el Perú quiere escuchar”. 4:50 p.m.  volver en microbús al trabajo y esperar el pago de fin mes, no es mucho, aunque se sobrevive. Sin hijos, esposa, con unos padres muertos y un solo un hermano –gerente de una aseguradora famosa-; los 750 soles daban para vivir un mes.

Cómo vivir de otra forma si su sino fue nunca añorar; debido a qué una vida no cambia. ¿Habrá de modo similar más personas como Alcides en Trujillo? ¿Por qué su hermano no lo visitaba? Hoy para colmo, fin de mes. El azar bien puesto para que no te roben ni seas víctima del susto.

En Trujillo roban y también lo hacen con los pobres. Alcides sale del trabajo, tiene que regresar a las diez de la noche, camina y cree que aun tiene tiempo para su rutina; diez años interrumpidos han servido más que las vitaminas que toma en contra de la osteoporosis. Por dentro siente morir sus huesos, se le caen cuando ríe y hasta cuando se sienta en el wáter a cagar; el entrenamiento, la mitad de la carrera de medicina, al fin y al cabo, no le servían para darse aliento.

Alrededor de la tristeza y la carencia de endorfinas, siempre cuando se quedaba viendo nacer a otros, rescataba un acto de su propia vida. Se imaginaba que podría ser un bebé, que alguna vez lo amaron o lo acurrucaron. Rescata la pesadumbre de sus días con el llanto incómodo de varios mocosos de los que no sabe el nombre. Muchas veces cerró los ojos y jugaba con la idea de raptar a algún bebé, largarse de Trujillo, empezar a vivir de otra manera, comprar un carro, mudarse a una casa. Para algo servían los ahorros debajo del colchón, en todo caso nunca lo hizo. La guerra y la gloria del perjudicado por sus pensamientos, pasa por no hacer nada y ver la vida pasar.

Un nuevo bebé ha llegado a Trujillo. Alcides lo sabe, la escena tallada en su memoria solo cambia de personas. Con toda atención vuelve a su realidad, sale del hospital, y se zafa de tímidas nostalgias. Tampoco se siente devorado por ni siquiera poder sonreír, y fielmente, como si fuese un hombre con menores propósitos, repone su rutina: caminar, ver el reloj, apurarse , ir al trabajo, y ser un fulano confundiéndose dentro de una ciudad.

Jesus Escamilo Jara

Jesus Escamilo

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