Cuando revisamos las entrevistas y otros registros de Julio Cortázar, vemos a un tipo confiado, analítico, jugón con la terminología; siempre derrochando sustancia en las frases que ofrece. Un hombre seguro incluso en sus dudas y cavilaciones. Por ello, su novela “Divertimento” es símbolo de lo opuesto, de un Cortázar que teme a la vergüenza y prefiere mantener en lo oculto a su primer hijo novelístico.
Divertimento es una obra póstuma por la sencilla razón de que su autor no veía en ella la realización de sus propósitos lúdicos y narrativos; no será hasta 1986 que la nouvelle sea editada y publicada. Pero, ¿realmente tenía motivos Cortázar para avergonzarse de este trabajo?
Quienes han leído y descifrado la serpenteante gran obra del argentino, “Rayuela”, verán en “Divertimento” su matriz. Cortázar aquí ya experimentaba con el tándem real-surreal; cuando enlazaba con entretenida facilidad rituales espiritistas con rutinas adolescentes de idilios y demás jugueteos triviales. Asimismo, la atmósfera que “Rayuela” y “Divertimento” compartirán será la interminable tertulia artística.
El joven pintor Renato Lozano y su hermana Susana, así como los hermanos Vigil, Jorge y Marta, están obsesionados por desentrañar el misterio de un cuadro de Renato. Insecto –el Horacio Olivera de esta historia– narrará los hechos a la vez que se suma a las pláticas sobre poesía, música y pintura desde el “Vive como Puedas” (¿acaso el primer eslabón del Club de la Serpiente?); un local donde se reúnen los muchachos y debaten sobre temas de aquí y allá. Como el mentado cuadro de Renato Lozano es un fetiche cortazariano, atormentará a los personajes en su intento por interpretarlo. Solo un ánima parece saber la respuesta de aquel embrollo y será el extraño mago Narciso; usando a la pequeña Martha como médium, el encargado de hacer hablar al espectro.
La obra es breve, los hechos se dan con ligera rapidez; no obstante, hay pasajes magistrales que nos pueden robar un aplauso, como cuando se deja entrever que Jorge es mejor poeta que César Vallejo o como los entretiempos de las sesiones espiritistas.
El ‘querible’ Julio Cortázar experimentó en este trabajo lo que luego se convertiría en su marca registrada. Se sabe, gracias a la difusión de sus cartas, que por pudor nunca quiso que “Divertimento” sea publicada; no halló en esta novela un trabajo digno de ver la luz. En parte podríamos agradecer esta decisión: la revolución artística que significó “Rayuela” se debió a su rompimiento con las formalidades narrativas; además de construir escenas anonadantes que hoy están indelebles en el imaginario de los lectores. Si “Divertimento” hubiese sido publicada en el año que se culminó (1949), buena parte de la sorpresa de “Rayuela” se habría perdido; pareciendo esta última un precioso homenaje a la primera y nada más.
Queda como pequeña reliquia esta póstuma nouvelle; la prueba de que incluso los más colosales artistas pueden mostrarse reservados por algunas de sus creaciones; prefiriendo el entierro antes que el alumbramiento. Felizmente, para los amantes del universo Cortázar, el olvido no pudo con “Divertimento”.
Colaboración de Víctor López Gonzales.
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