Autoficción, por Jesús Escamilo.
Hoy mientras jugaba al póker y el billar no servía ni para divertirse, de regreso a casa, estando en el taxi, la dama que conducía escuchaba canciones de amor. Y en una de esas discusiones que solo se pueden dar en minutos, y con el olor a nicotina que entra y sale de nuestro ambiente en común, la misma señora mucho mayor, me preguntaba si creía en el amor. Quizá, dudé y respondí. Ella me miró, prolongó la siguiente pregunta, y luego solamente me dijo, te he visto muchas veces.
En términos espantosos la vida se nos escapaba. Ya no existía el tráfico, no éramos inquilinos del ruido, solo veíamos y escuchábamos esa construcción de ciudad nocturna. Trujillo liberaba una armonía seca, y la mujer que conducía aferrándose a una velocidad semejante a la luz, me dejó en casa y se fue. Seguramente como se lo hizo saber a la persona que conversó por celular; iré a ver si puedo recoger a algunos por el centro de la ciudad, ojalá pinte algo, dijo con tranquilidad y sonrisa mortífera. Desde ahí cuando estoy de noche en casa me doy el lujo de trasnochar y creer cada vez más en lo que ciertos hombres denominan: antipatía, desamor.
Y siguen las noches, los ríos, el mismo cielo; y ni el hambre ni los problemas son lo mismo, tan solo es vivir así.
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